El perfume de las flores de noche by Leila Slimani

El perfume de las flores de noche by Leila Slimani

autor:Leila Slimani [Slimani, Leila]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-23T00:00:00+00:00


Entro a la sala contigua donde se exponen unos grandes paneles. La obra Api e petrolio fanno luce ha sido realizada con la cera de las velas que los fieles encienden en las iglesias de Roma. El artista. Alessandro Piangiamore, la derritió y luego le dio color y la trabajó. El cuadro evoca un cielo de borrasca en verano, el desplazamiento inquieto de las nubes, la tormenta a punto de estallar. Es una mezcla de blancos y azules, con relieves más oscuros, huecos llenos de luz. De lejos parece pintura, y en cuanto te acercas se percibe la materia granulosa y flexible de las velas derretidas. ¿Si tendiera el oído, escucharía los rezos murmurados? «¡Haz que se cure!», «¡Haz que me vuelva a querer!», «Señor, protege a mis hijos». ¡Cuántos secretos, cuántos recuerdos contenidos en ese cuadro-exvoto! Su belleza me sosiega. Me gustaría arañar el lienzo, sentir el contacto de la cera, como cuando de pequeña hundía las yemas de los dedos en la vela encendida para hacer un molde de mis huellas dactilares. Me gustaría poder creer, me gustaría rezar. Pero no sé cómo se hace. Recuerdo lo que escribió Roland Barthes en su Diario de duelo: «Vi las golondrinas volar en la tarde de verano. Me digo a mí mismo […] ¡qué barbarie la de no creer en las almas, en la inmortalidad de las almas! ¡Qué verdad más necia la del materialismo!».

Dentro de una vitrina, el leporello diseñado por Etel se titula Dhikr, que se puede traducir por «invocación del nombre de Dios». En su origen, los leporelli eran libritos, doblados en forma de acordeón, sobre los que los artistas japoneses dibujaban con tinta. En este, Etel Adnan escribe en árabe y en diferentes colores la misma palabra: Alá. La escribe repetidamente, cada vez que cae una bomba sobre Beirut. Como un crio rezando bajo los bombardeos o un creyente aferrado a su fe, cuando el sentido común se escabulle y la violencia devora todo. En torno a la palabra sagrada, ella dibuja lunas crecientes y estrellas, constelaciones de todos los colores para abrir un campo infinito a los hombres aplastados por la guerra. Brindarles respiro.

Me siento en el suelo helado y cierro los ojos. Regresan a mi memoria mi casa de Rabat y las llamadas a la oración. La voz del almuédano me despertaba a medias, parecía muy cercana, y yo sabía que los demás moradores también se despertaban. Imaginaba a los creyentes saliendo de sus casas, con el rostro aún adormecido, caminando por las calles oscuras y penetrar en la mezquita, con su almozala bajo el brazo.

Llegan a mí, lejanas, ensordecidas, las notas de la Patética de Tchaikovsky. Tras un bosque de columnas de ladrillo, hay una pantalla. Una mujer camina. Atraviesa las calles de una Sarajevo asediada, va a tocar en la orquesta sinfónica de la que forma parte. Se oye el ruido de sus tacones sobre el adoquinado y su respiración, lastrada por la angustia y la impaciencia. Su respiración, como un metrónomo de esta ciudad en guerra, esta ciudad que están asfixiando y a cuyos habitantes aterrorizan.



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